miércoles, 22 de enero de 2014

LA BATALLA DE TRAFALGAR


Dos batallas, separadas entre sí por casi cuatro siglos, puede decirse que han marcado el esplendor y el ocaso del poderío naval español:

LA BATALLA DE LEPANTO Y LA BATALLA DE TRAFALGAR

LA BATALLA DE LEPANTO

Esta batalla enfrentó a la poderosa flota turca con la Liga Santa, formada por la coalición de San Pío V, España y Venecia. La flota turca bajo el mando del temible Alí Bajá, terror del mediterráneo, y la Liga Santa a las órdenes de Don Juan de Austria, hijo del emperador Carlos V y hermanastro del rey Felipe II. Cuando ambas escuadras se avistaron, Alí Bajá, consciente de su poderío, arengó a sus hombres con estas palabras, que en verdad resultaron casi proféticas:

QUIEN HOY GANE LA BATALLA, SERÁ DUEÑO DEL MUNDO

En la batalla murió Alí Bajá y las huestes turcas sufrieron grandes pérdidas, lo que les obligó a retirarse maltrechos rehuyendo proseguir el combate. La Liga Santa, victoriosa, logró su principal objetivo: La paralización del avance turco por el mediterráneo. Para conmemorar este hito histórico, la Iglesia instituyó en todo el orbe católico, la festividad de Nuestra Señora del Santo Rosario. En la batalla de Lepanto perdió su brazo izquierdo el insigne autor, entre otras obras literarias, de Don Quijote de La Mancha: Don Miguel de Cervantes Saavedra.

LA BATALLA DE TRAFALGAR

Esta batalla enfrentó a la coalición franco española con el poderío naval de Inglaterra. Aquella bajo el mando de un mediocre y pusilánime francés: Villaneuve; y ésta a las órdenes del almirante inglés Sir Horacio Nelson, cuyo prestigio es de sobra conocido. Inglaterra siempre ha sido maestra en el arte de ensalzar a sus héroes.

Pero a Villaneuve, con la fama de mediocridad que tenía entre prácticamente toda la oficialidad francesa, ¿cómo se le pudo designar para tan alto puesto? La explicación del porqué en Francia era de todo punto obvia: Villaneuve pertenecía a la aristocracia, y el rápido encumbramiento de un tenientillo de artillería, NAPOLEÓN, a las más altas esferas del poder, no le hacía a éste aconsejable, de momento, el enfrentarse con los que aún detentaban cierto poder.

¿Pero como España pudo someter a mandos tan experimentados como Gravina - que ostentaba el mando sobre la flota española - a la humillación de ponerle bajo las órdenes de un reconocido mediocre francés? La razón tenía que ser exclusivamente política. Y al buscar una razón política, la mirada ineludiblemente tenía que detenerse, en primer lugar, en Carlos IV, quien como REY era el directo responsable de cuantas decisiones políticas en su reino se tomaren. Pero Carlos IV, de carácter abúlico, débil, irresoluto y apático, en más ocasiones de las que las obligaciones de su cargo lo hacían aconsejable, se sometía a las “sugerencias” de su esposa, la Reina María Luisa de Parma, y en esta ocasión la sugerencia “de la Reina” tuvo el efecto, para unos historiadores nefasto y para otros afortunado, de abrir las puertas para el rápido encumbramiento de un oficial de la Guardia de Corps de la propia REINA: MANUEL GODOY.

Las páginas de la historia de España que hacen mención a dicha época, en prácticamente su totalidad, tienen como figura central a Manuel Godoy. Pero ¿Quién fue Manuel Godoy? .
Godoy, hombre de convicciones profundamente monárquicas, procedía de una familia aristocrática económicamente venida a menos, por lo que su infancia y juventud transcurrió en un ambiente de austeridad.

Su cuna le valió para poder entrar a formar parte de la Guardia de Corps de la Reina.

La austeridad familiar y su precoz inteligencia, fue el profundo acicate que le movió a escalar los más altos puestos en la corte real y, para ello, su inteligencia le señaló el camino a seguir: volcarse en el estudio y captar cuantas amistades le pudieran ayudar en su empeño.

Su interés por el estudio le hizo robar horas al descanso, así como a las distracciones en que se solazaban los demás oficiales de la Guardia.

Este proceder, unido a su innata gallardía, atrajo sobre sí la atención de la Reina, que le doblaba en edad, la cual le brindó su amistad, aprecio y apoyo.

Esa amistad, aprecio y apoyo, despertaron la envidia de gran parte de los cortesanos, anidando en ellos el deseo por encontrar y airear cualquier circunstancia que pudiera desprestigiar al “favorito”; misión casi imposible dado el carácter trabajador y caballeresco de Godoy. Ello empero, tal circunstancia no tardó en presentárseles, al descubrirse la relación, al parecer de “íntima” amistad, de Godoy con una destacada figura de la farándula de la época: la conocida como Pepita Tudó.

La Reina inmediatamente salió al paso rompiendo dicha relación y, para evitar insidiosos comentarios, movió los hilos necesarios para concertar el matrimonio de Godoy con María Teresa de Borbón, hija natural del Infante Don Luis, hermano del Rey.

La Reina sabía y Godoy desde un primer momento así lo comprendió, que tal matrimonio le daba el espaldarazo final y desde cualquier punto de vista, necesario para alcanzar la meta que, tras sus paulatinos avances en la CORTE, soñó que ya podía estar a su alcance: ser, después del Rey, el máximo poder: Secretario de Despacho.

Los dos antecesores de Godoy en tal alto puesto sostuvieron siempre con Francia una relación de prudente cortesía. Godoy, en un principio siguió su ejemplo, aunque pronto comprendió que tanto el pueblo español, como el propio Rey, aunque éste por su carácter no lo expresara abiertamente, se inclinaban por la defensa del Rey de Francia: Luis XVI, seriamente amenazado por la reciente revolución estallada en su país.

Godoy rompió la prudente armonía de la relación con el vecino país. Y oficialmente declaró el apoyo de España al Rey francés HASTA DONDE FUERE NECESARIO.

Así, cuando Luís XVI fue depuesto por la Asamblea de la Revolución Francesa, condenándole a morir en la guillotina, Godoy, con su compromiso de HASTA DONDE FUERE NECESARIO, se vio en la tesitura de tener que declarar la guerra a la Francia Revolucionaria.

El desarrollo de la guerra pasó por distintas vicisitudes, tan pronto fue favorable a España como luego lo fue a favor de Francia, que llegó a ocupar varias ciudades del norte español, para luego entrar en momentos de verdadera incertidumbre. Estos vaivenes aconsejaron a ambos contendientes a firmar una paz que se llamó “la Paz de Basilea” por la cual Francia se retiró de las ciudades españolas que había ocupado, y España, a su vez, tuvo que renunciar a la parte de la isla de Santo Domingo que aún conservaba.

La Paz de Basilea le significó a Godoy el adquirir el título de “Príncipe de la Paz”. Pero además supuso el sello del comienzo de una “amistad” entre dos hombres profundamente ambiciosos: Napoleón y Godoy.

La mente conspiradora de Napoleón inmediatamente captó las ventajas que para los planes que tenía podía suponerle la amistad del encumbrado Godoy, le ofreció a éste unas hipotéticas ventajas en territorios que aún no le pertenecían, pero que proyectaba conquistar.

A Godoy se le abrieron unas perspectivas que ni en sus más exaltados sueños de grandeza nunca había podido pensar.
La amistad GODOY-NAPOLEÓN quedó cimentada.

Como primera prueba de ello, la incondicional aceptación de España a que su flota, al mando de GRAVINA, quedara integrada en una coalición franco-española bajo el supremo mando de un almirante francés: Villaneuve.

La ofensa y humillación de la oficialidad española se había consumado.

Busquemos ahora que causa pudo producir el desastroso efecto de que la escuadra franco-española, por orden de Villaneuve y desoyendo el dictamen en contrario del experimentado Gravina, saliese del seguro refugio de la bahía de Cádiz, para enfrentarse, en condiciones claramente adversas, a la escuadra inglesa.

La causa hay que buscarla, no en su inexperiencia como marino, que indudablemente la tenía, además en su ánimo pusilánime seguramente le atraía más un refugio seguro que el arriesgarse en una lucha que hombres, que reconocía en su fuero interno mucho más capaces que él, desaconsejaban. ¿Pero entonces como se vio abocado a dar la absurda orden de ataque?

La causa fue la de saberse caído en desgracia ante Napoleón, y que sólo una acción valiente, aunque fuese suicida, podía, si no hacerle recuperar el aprecio del Emperador sí, al menos, el que éste le permitiera seguir viviendo.

La razón de tal miedo cerval fue el desacato, por cobardía, a una orden anterior del propio Napoleón.

Dicho desacato hizo fracasar el empeño más acariciado por Francia: la invasión de Inglaterra, según un plan ideado por el propio Napoleón, y en el que se había invertido mucho tiempo, mucha cautela, mucho esfuerzo y mucho dinero.

El plan era muy sencillo y precisamente en su sencillez radicaba su excelencia:

Con gran antelación y lentamente, para no despertar sorpresas se fueron concentrando en distintos acuartelamientos, próximos entre sí, un ejército de 160.000 hombres; asimismo y con igual cautela se distribuyeron a lo largo de la costa 2.000 gabarras, profusión de lanchas cañoneras y barcazas para el traslado de tropas.

La segunda y fundamental etapa del plan consistía en dejar, en un tiempo prudencial que permitiera la invasión, desguarnecida la protección marítima que la flota inglesa prestaba a sus costas: Y allí es donde tenía que entrar en escena Villaneuve.

Villaneuve tenía, con astucia, que burlar la vigilancia de los buques ingleses sobre la Bahía de Cádiz, y una vez conseguido ello, (lo que logró, más que por méritos propios, por relajamiento en la rutina de la vigilancia; o quizás por las dos cosas), debía dirigirse lo más rápidamente posible a las Indias Occidentales, para atacar las bases navales británicas, las cuales ante su inferioridad para repeler el ataque se verían obligadas a solicitar la ayuda de su flota. Y así fue.

Logrado ese primer objetivo Villaneuve, sin esperar la llegada de la flota inglesa, tenía la orden de dirigirse a la des guarnecida Inglaterra, por ruta distinta a la previsiblemente seguida por Nelson, y bloquear el acceso de éste a defender sus costas, tan pronto como se percatase de la estratagema francesa.
Cuando todo parecía que habría de coronarse con el éxito, Villaneuve se cruzó con una barco de bandera “neutral”, que falsamente le informó que delante de toda la costa inglesa había desplegada una potente escuadra.

El pusilánime Villaneuve no necesitó más, inmediatamente dio la orden de virar en redondo y corrió a refugiarse en la Bahía de Cádiz.

El plan de Napoleón había fracasado, Villaneuve había caído en desgracia; se le comunicó que en cuanto su relevo en el mando se incorporare debía, sin demora, presentarse ante Napoleón.

Villaneuve no tenía tiempo que perder, la llegada de Rosilly podía demorarse un día o dos, o quizás tres; y él, sin mando ya nada podría hacer.

     Y TOMÓ SU DECISIÓN: ATACAR.
Pero a esa decisión en la que el miedo a Napoleón superó el pánico a atacar, consciente de que todas las circunstancias le eran adversas, se opuso tajantemente, hasta donde la obediencia al mando que se le había impuesto se lo permitía su espíritu militar, el almirante Gravina, quien expuso el siguiente razonamiento:

“No apruebo la salida del puerto de la escuadra combinada, porque está muy avanzada la estación. Los barómetros anuncian mal tiempo, no tardaremos en tener temporal duro. Creo que la escuadra combinada haría mejor la guerra a los ingleses fondeada en Cádiz que presentando una batalla decisiva. Ellos tienen que reponer los navíos que les destrocemos en un combate. Pero ni España, ni Francia, cuentan con los recursos marítimos de guerra que Inglaterra sí posee. Además, el reciente combate sobre el cabo Finisterre, nos ha hecho ver que la escuadra francesa es espectadora pasiva de las desgracias de la nuestra: sus buques han visto que nos apresaban los navíos San Rafael y Firme y NO HICIERON NINGÚN MOVIMIENTO PARA REPARARLOS, no pudiendo hacerlo nosotros por las muchas averías sufridas a resultas del encuentro; y me temo mucho que en la acción que vamos a emprender suceda otro tanto. Pero además ¿por qué ese empeño del almirante francés de que salgamos de la Bahía de Cádiz? Permaneciendo aquí, obligaríamos a los ingleses a sostener ante nosotros un estrecho bloqueo, otro en Cartagena, donde hay armadas fuerzas navales, y sobre Tolón también otro. Para estos bloqueos ellos tendrían que hacer grandes sacrificios: Con el mantenimiento de tres escuadras, en un invierno que ya está próximo y con las averías que inevitablemente han de tener. Permaneciendo aquí conseguiríamos ventajas equivalentes a un combate”.

Gravina, evidentemente, desconocía los pesares de Villaneuve; hablaba de los sacrificios a los que se verían enfrentados los ingleses. Pero para Villaneuve, si no se jugaba en un combate su última carta, EL SACRIFICADO SERÍA ÉL.

De momento, el relevo en el mando no se había presentado; podía aún tardar en hacerlo un día o quizás hasta dos.

Villaneuve, de momento, suspendió la orden de ataque. Esperaría hasta el día siguiente, rogando al cielo que el tiempo cambiare. Pero es que además el alegato de Gravina sobre la pasividad francesa en el combate sobre el Cabo Finisterre, que interiormente reconocía como cierto, le planteó la duda de:

¿CÓMO SE COMPORTARÍAN LOS ESPAÑOLES EN ESTA NUEVA BATALLA?

Villaneuve ya no tenía tiempo de plantear estrategia alguna, así que dispuso que en el combate navegasen los navíos españoles bajo el “control” de los navíos franceses, que prudentemente marcharían a su lado.

Llegó el día siguiente, ya no podía esperar más.

A las seis de la mañana del 19 de Octubre, el navío BUCENTAURE, buque insignia del almirante Villaneuve, enarboló la señal de: Izad velas y adelante, la batalla va a empezar. La suerte está echada. El barómetro sigue anunciando temporal. Nelson espera: el temporal será su más fiel aliado. Nelson, que estaba ansioso porque llegara ese momento, ya había instruido a los mandos bajo sus órdenes sobre las acciones a tomar. Y así, cuando el navío inglés MARS, destacado para detectar cualquier movimiento de la escuadra franco-española avisó: El enemigo empieza a salir del puerto. Nelson desde su buque insignia VICTORY, ordenó la puesta en marcha del plan trazado.

En la madrugada del 21 se produce el enfrentamiento de unos treinta buques por cada bando.

De los quince navíos españoles tres se hundieron, otros tantos fueron apresados, cuatro encallaron víctimas del fuerte viento. Retirándose los demás a buscar refugio en Cádiz. En el combate murió Gravina.

Los ingleses perdieron pocas naves. Estaban combatiendo en la posición elegida por Nelson, teniendo al temporal por aliado. Pero el almirante Horacio Nelson que había arengado a sus hombres con su vibrante frase: Inglaterra espera que cada cual cumpla con su deber, cumplió con el suyo, permaneciendo en los lugares de mayor peligro, con su casaca azul y luciendo en el pecho sus queridas condecoraciones: murió como había vivido, dándolo todo por Inglaterra, hasta su vida.

Los navíos franceses fueron unos apresados, otros hundidos, otros naufragados como el INDOMPTABLE que, con su enseña en alto, se hundió víctima no de los ingleses, sino del temporal; y otros, tan solo seis unidades francesas, lograron refugiarse en la Bahía de Cádiz; de ellos cinco navíos de línea: El EROS de 84 cañones, el ALGECIRAS, de 86 cañones, el PLUTÓN y el ARGONAUTE, ambos de 74 cañones y el NEPTUNE, con 92 cañones. Asimismo entró en el refugio de la Bahía de Cádiz la fragata CORNELIA, de 42 cañones. Ninguno de ellos jamás pudo abandonar su refugio enarbolando la bandera francesa.

En el combate murieron como héroes, entre muchos otros, Nelson y Gravina; pero el destino le negó esa gloriosa muerte a Villaneuve, pese a que ansiosamente la buscó. Villaneuve, en Cádiz, fue relevado del mando por el almirante Rosilly, recibiendo la orden de presentarse, a la mayor brevedad ante Napoleón. Tampoco esta orden del Emperador la cumplió: Murió misteriosamente durante el viaje. ¿Suicidio? ¿Ejecución? Nunca lo sabremos. Napoleón nuevamente pudo eludir un enfrentamiento con la nobleza.

En la debacle de la armada francesa intencionadamente singularizamos el naufragio del INDOMPTABLE. La razón es debida a que en dicho navío se hallaba enrolado el guardiamarina Michel Maffiotte Milliere, quien pudo salvar su vida asido a un tablón, lo cual le permitió, pese al fuerte oleaje, llegar a nado hasta la playa, guiado por la luz de una hoguera que, para el socorro de los náufragos, habían encendido los soldados de un puesto de caballería española allí destacado; Éstos los recogieron y prestaron los necesarios auxilios.

Michel Maffiotte fue reembarcado en el NEPTUNE. Y el traer ello a colación se debe al hecho de que a este marino francés se le debe una narración, de primera mano, de todo cuanto acaeció en Trafalgar después de la batalla. Narración que se conserva en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, su segunda patria y donde transcurrió la mayor parte de su vida.

En la batalla de Trafalgar, Inglaterra logró una gran victoria que, al menos, durante cien años, la convirtió en Reina de los Mares.

Pero esa victoria tuvo para los ingleses un sabor amargo: EN ELLA MURIÓ SU HÉROE NACIONAL, HORACIO NELSON.

Los ingleses, a lo largo de su historia, también “han pasado mucho, aunque no suelen tenerlo de costumbre y lo disfrazan cuanto pueden” (el entrecomillado está entresacado de una carta de la Reina María Luisa de Parma a Godoy, que se conserva en el archivo de palacio).

La muerte de Nelson fue para Inglaterra un duelo nacional. Y ese duelo ni podían, ni querían disfrazarlo. Al contrario ensalzaron cuanto pudieron la gloriosa muerte en combate de Sir Horacio Nelson; Y en las alabanzas de sus hombres ilustres nunca se quedan cortos: son verdaderos maestros.

Las derrotas si suelen disfrazarlas. Y aquellas en que por su evidencia no pueden hacerlo, como la del propio Nelson en su intento por conquistar Tenerife, donde fue derrotado, INGLATERRA NO DISFRAZÓ LA DERROTA. IGNORÓ LA HISTORIA. O, todo lo más, cuando no pueden ignorarla, la minimizan y hasta la ridiculizan; eso no fue así, dicen, es verdad que Nelson pasó por Tenerife para apresar unos galeones allí fondeados y luego siguió de largo. Su brazo y su vida los perdió heroicamente luchando en Trafalgar.

Precisamente estoy escribiendo este artículo, casualidades de la vida, el 25 de Julio de 2011 y al leer los periódicos locales, al oír las salvas y el redoblar de tambores, rememorando la gloriosa gesta de nuestros antepasados, yo, aunque no sea historiador, no puedo resistirme a trasladar al papel, lo que en mi imaginación debió ser ese momento que significó para el escudo de nuestra isla una tercera cabeza de león que, a costa de Inglaterra, se añadió a nuestro querido escudo, honrando a nuestra isla con los títulos de:

MUY NOBLE, LEAL, INVICTA, VILLA, PLAZA Y PUERTO DE SANTA CRUZ DE SANTIAGO DE TENERIFE.

Y, aunque sea una disgregación del objeto del trabajo iniciado, no puedo por menos que dedicar unas líneas a lo que mi imaginación, supeditada al dictado de la verdad histórica oída y leída de personas doctas en lo que fue la gesta del 25 de Julio, me han enseñado.

Nelson, conocedor de la historia naval de Inglaterra, sin duda sabía como su compatriota, el almirante Rooke, con 1800 soldados ingleses comandados por el príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, conquistó para su patria la fortaleza de Gibraltar, defendida por tan solo 80 hombres. Y esto ocurrió en el año 1704, año en que paradójicamente Inglaterra era aliada de España en la guerra de Sucesión. Para Rooke aquello fue un paseo militar, nada tiene de extraño como tampoco nada tiene de extraño que pese a los reiterados intentos de España por recuperar el Peñón nada haya conseguido.

Nelson, a primera vista, debió de ver un gran paralelismo entre aquella hazaña y la que ahora tenía a la vista: Los comerciantes ingleses aquí establecidos debieron de informarle de que en Santa Cruz de Tenerife apenas se contaba con unas dieciséis baterías de costa, que entre todas apenas disponían de ochenta y nueve cañones y, en cuanto al personal de tierra, unos pocos soldados del ejército regular y unos regimientos de milicias formados por campesinos, mal armados y prácticamente carentes de instrucción.

Ante esto, Nelson pensó que la historia iba a repetirse, preveía un nuevo paseo militar y no era para menos, el contaba con nueve buques de guerra con una potencia de fuego de 393 cañones. Una dotación de 2000 marineros e infantes de marina, perfectamente adiestrados y dotados del más moderno armamento. Además contaba con el factor sorpresa.

Con lo que Nelson no contaba era:

1 ° El factor sorpresa era casi imposible, las mujeres de San Andrés que iban a vender sus mercancías a la capital se levantaban con las luces del alba; forzosamente tenían que ver las lanchas de desembarco. Ellas darían la voz de alarma y así fue. Las baterías alertadas pusieron con sus escasos medios una barrera de fuego. Las tropas inglesas que pudieron poner sus pies en tierra, se vieron hostigadas desde lo alto de los riscos cercanos por los campesinos que habían escalado los mismos y a los que sus mujeres socorrían llevándoles agua y víveres. La maniobra sorpresiva inglesa había fracasado.

2° Tampoco contó Nelson con que el mando militar de la isla lo ostentaba el general don Antonio Miguel Gutiérrez de Otero González-­Verona, hombre dotado de gran experiencia y pericia.

3° Tampoco tuvo en cuenta que precisamente la isla de Tenerife fue la última en ser conquistada por España, ya que los guanches, sus pobladores, siempre mostraron ser aguerridos y valerosos. Antes de ser nuevamente conquistados es preferible morir. Su voz VACAGUARÉ significa prefiero morir antes que rendirme. Esa sangre guanche hoy está profundamente engastada con la sangre española. Ante las adversidades Vacaguaré resuena en valles y montañas; su eco los esparcen los barrancos hasta el último rincón de la isla.

4° Nelson, pese al fracaso de su primer intento, siguió convencido de su “paseo militar”; hizo oídos sordos a la realidad que tenía ante sus ojos y prestó oídos a las falaces voces de uno de sus malos informadores que le presentaron a un pueblo tinerfeño asustado y tembloroso ante las represalias por el daño que inicialmente les habían causado.

Craso error, pero Nelson creyó a su mal informador y ordenó un nuevo y frontal desembarco. Era el 25 de Julio de 1797.

Al llegar a este punto sería injusto olvidar uno tan solo de los innumerables héroes, militares, campesinos y pueblo de todas las clases y procedencias que a las órdenes del general Gutiérrez pusieron en dura prueba a los ingleses. Pero al menos demos dos pinceladas de hechos que, ya digo, entre muchos otros, tuvieron una especial relevancia:

1- El teniente de artillería don Francisco Grandi Giraud, quien desde la batería de Santo Domingo abrió una nueva tronera hacia donde Nelson dirigía el desembarco. Instaló en ella el cañón Tigre, y con él disparó una terrible metralla causando una gran sangría en las tropas de desembarco e hiriendo de gravedad al propio almirante Nelson, quien a causa de sus heridas tuvo que ser urgentemente llevado a bordo del navío Teseus, donde el médico del buque tuvo que amputarle el brazo derecho.

2- El oficial don Vicente de Siera y Casas, quien con los pocos soldados a su mando bajaba desde la Laguna con unos prisioneros que habían hecho, encontrándose con la sorpresa de que el general Gutiérrez, ante unos informes que había recibido y que le afirmaban que los ingleses marchaban victoriosos hacia la Orotava, después de haber conquistado la Laguna, se estaba planteando la posibilidad de una rendición para evitar más muertos. Siera, sin poder reprimir la indignación por tan falaz información que sabía incierta, ya que el venía de La Laguna, montó en cólera y con gruesas palabras cuarteleras, sin pensar en sus consecuencias, se dirigió a su general para que ordenara proseguir la lucha.

Así se hizo. Nelson tuvo que ofrecer su rendición. Francisco Grandi Giraud y su cañón Tigre hiriendo a Nelson, abrieron las puertas para esa rendición.

Vicente de Siera y Casas al lograr que la lucha, pese a la intemperancia de sus palabras, prosiguiese, logró que la rendición fuese al fin una feliz realidad.

Terminada la batalla, el mando militar buscó y halló una solución que conciliara la airada actitud de Siera ante su general con su afortunada aportación a la victoria: fue ascendido y trasladado a la Gomera como gobernador militar de la isla colombina. La verdad de lo que ocurrió aquel 25 de Julio de 1797, se ha rescatado y se mantiene viva por varios frentes de información; no siendo, ni con mucho, la menos importante la TERTULIA DE AMIGOS DEL 25 DE JULIO. Ahora uno de sus componentes, don Luís Cola Benítez, en un feliz acuerdo de nuestra corporación municipal, acaba de ser nombrado cronista oficial. Ello es una garantía de que la gloriosa gesta, pese a lo que digan los historiadores ingleses, no caerá en el olvido.

Y retornando lo sucedido después de la batalla de Trafalgar, nos encontramos con que el almirante Francoise-Etienne de Rosilly-­Mesrose, nacido el año 1748 y fallecido en el 1832, relevó a Villaneuve haciéndose cargo de una flota en muy mal estado, tanto en los barcos como en la tripulación.

A más INRI para Rosilly los barcos españoles, siguiendo órdenes dadas desde tierra, se alejaron de los franceses, dejando a éstos aislados en medio de la Bahía: ¿Qué había pasado? la alianza franco española se había roto, ahora había una alianza hispano inglesa. Francia era el enemigo a abatir.

Pero ¿qué causa dio origen a ese fatal y brusco cambio?
Napoleón, llevado por su ancestral odio contra Inglaterra a la que ya, después del desastre de Trafalgar, comprendía que no podría abatir en el mar, decidió irle cerrando todo camino que el comercio inglés tuviera en el continente. Su primera mirada se dirigió hacia Portugal.

Su plan contra Portugal era, como todo lo concebido en su insidiosa mente, sencillo y con una oculta doblez. Doblez que, en un principio no la pudo adivinar su “amigo” Godoy. Así que cuando aquel le pidió autorización para que el ejército francés, al mando del general Murat, pudiera atravesar España para invadir Portugal si ésta no se avenía a sus condiciones, Godoy, ante el cebo que le puso Napoleón, le dio su más plena autorización.

El plan trazado por Napoleón tenía dos fases: la primera, la imposición a Portugal de unas exigencias que de antemano sabía que no podrían ser aceptadas, cerrar las puertas al comercio con Inglaterra y confiscar todas las mercancías de dicho país. Evidentemente Portugal no podía traicionar a los comerciantes ingleses que, confiados en su amistad, se habían establecido en su territorio.

La segunda, “ofendido” por tal negativa, declararle la guerra e invadir su territorio.

El “señuelo” para que Godoy diese la conformidad para la entrada en España del ejército francés consistía en el ofrecimiento del reparto de una parte del territorio de Portugal: entregaría a Godoy las provincias de Alemtejo y Algarbe; adjudicando al joven príncipe de Etruria, previo a la renuncia de éste a dicho reino en beneficio de Napoleón, y se le reconocería entonces el territorio comprendido entre el Duero y el Miño, que gobernaría con el título de Rey de Lusitania del Norte, y sobre el cual su abuelo político Carlos IV ejercería su custodia, con el título de Protector; Francia se reservaba el resto, si bien prometía un nuevo reparto cuando fuere firmada la paz. Contando con el total beneplácito de Godoy, el general Joaquín Murat, duque de Berg, inició su “pacífica” y a la vez triunfal entrada en el territorio español, avanzando hacia Portugal, si bien por razones, al parecer simplemente prácticas, fueron dejando guarniciones en San Sebastián, Pamplona y Barcelona, mientras las tropas francesas proseguían su pacífico avance hacia Madrid.

El embajador español en París, como siempre nido de rumorologías, entró en sospechas de las verdaderas y solapadas intenciones de Napoleón y así se lo hizo ver al gobierno español.
Este clarín de alarma coincidió con que el pueblo español, en distintos lugares y ante los desmanes de las tropas francesas, ya se había percatado de que eran tropas de ocupación, y se rebeló en defensa de su honor e independencia.

La primera chispa que inmediatamente se extendió como reguero de pólvora por todo el territorio patrio surgió con ocasión de los fusilamientos del dos de Mayo en Madrid.

Napoleón ordenó al almirante Rosilly que permaneciera atento para apoyar desde el mar a las tropas francesas que avanzaban hacia Cádiz. No fue necesario. Los franceses fueron detenidos en Bailén, sufriendo un gran descalabro.

La guerra de la Independencia, llena de páginas de sufrimiento y gloria, no es el objeto de estas líneas; tan sólo la cito como explicación del porqué Francia se convirtió de amigo a enemigo.

Godoy fue tachado de afrancesado y fue encarcelado. Una intervención directa de Napoleón le salvó la vida, que en el resto de sus días la pasó en París. Nunca más regresó a España.
En Paris, lejos de las veleidades cortesanas, tan llenas de frivolidades, transcurrieron sus días en forma muy austera. Ocupó gran parte de su tiempo en escribir unas “Memorias Críticas y Apologéticas para la Historia del Reinado del Señor don Carlos IV de Borbón”. El resto del tiempo los pasó rememorando los gozos y tristezas, sobre todo tristezas, de la vida que definitivamente dejó atrás.

Godoy nació en una familia aristocrática venida a menos. Murió como había nacido.

En su tumba no se imprimieron sus títulos; murió en medio de una gran austeridad. Traidor o patriota, su ambición le llevó al enorme desengaño de aparecer como traidor a su patria, a la que tanto amó. Creo en esto y como merecido epitafio, dejamos constancia de que:

DON MANUEL GODOY. ÁLVAREZ DE FARIA RIOS SÁNCHEZ SARZOSA, PRINCIPE DE LA PAZ Y DE BASANOS, DUQUE DE ALPUDIA Y DE ZUECA, CAPITAN GENERAL DE LOS EJERCITOS NACIONALES Y GRANDE DE ESPAÑA Y DE LAS INDIAS, FALLECIÓ EN PARIS EN EL AÑO DE GRACIA DE 1851. DESCANSE EN PAZ.

Carlos IV Y su hijo Fernando fueron obligados a renunciar al trono de España en provecho del hermano de Napoleón.

El motín coge verdadera virulencia: es la Guerra de la Independencia. Las tropas francesas son cercadas y aisladas. Inglaterra interviene en socorro de Portugal y España con dinero, armas y un nutrido contingente de tropas.

El almirante francés Rosilly, con enemigos por tierra y sin poder abandonar la Bahía al estar cerrada su salida por los navíos ingleses, tenía que ocupar el tiempo con actividades que, para evitar el desánimo, tuvieran ocupadas a la marinería y que, al mismo tiempo, le permitieran a él utilizar sus conocimientos en una tarea que quizás en su incierto futuro pudieran serle de utilidad.

No sabía cuanto tiempo tendría que estar en esta situación. Pero fuera el tiempo que fuese ya tenía que comenzar la actividad proyectada. Poco podía pensar que allí estaría tres años.

Cuando Rosilly abandonó su querida Francia para relevar a Villaneuve, era un reputado marino, especializado en el estudio y realización de cartografías náuticas, actividad que desde 1795 y gasta el momento de su partida desempeñó como director del “Dépot de la Marine Francaise”.

Rosilly, como experimentado hidrógrafo, confeccionó una detallada carta náutica de toda la zona, con indicación de calados, tipo de suelos marinos: arena, rocas, fondos calizos.

La población de Cádiz que antes había prestado auxilio a los náufragos franceses que maltrechos llegaban a sus costas, y que incluso con el paso de los días, de los meses, se había habituado a ver aquella pequeña flota en su Bahía, ahora, impregnada con el odio a Francia que ardía en todo el país, no comprendía la prolongada presencia del enemigo en su puerto.

Napoleón, en los estertores de su dominio en España, dispuso el traslado a Cádiz de Francisco Solano, capitán general de Andalucía, del que no se fiaba, esperando que éste, al ver los navíos franceses allí fondeados con un total de 452 cañones de capacidad artillera, recapacitara sobre la lealtad que debía a la Francia que aún gobernaba en la nación. Pero en Cádiz la situación era distinta y el pueblo le exigía una acción inmediata para acabar con la ignominia de que la enseña francesa siguiera ondeando frente a ellos.

Solana así lo comprendió y además, de corazón, simpatizaba con lo que se le exigía. Pero carente de medios para una inmediata acción, comenzó a idear el plan a seguir. El pueblo no entendió la demora, le tildó de afrancesado y le asesinó.

Fue sustituido por el jerezano, general de artillería, don Tomás de Moda. Éste, con más razón, como artillero, comprendió que sería un suicidio enfrentarse, sin contar con una estructura a todas luces imprescindible, a una batería de 452 cañones. Sabía también, por lo que le sucedió a su antecesor en el cargo, a lo que le exponía cualquier dilación que no fuera consensuada con la población y, en su consecuencia se dirigió al pueblo diciendo:

“Pueblo español, leales compatriotas, la voz de la razón me ha dictado estas reflexiones, y como jefe digo ahora que os doy mi palabra de que los franceses muden ahora el pabellón, o a que a lo menos no coloquen los suyos; pues cualquiera otra providencia acarrearía mil desgracias. No intentéis nada pues destruiríais mi plan. Ya tengo tomadas mis medidas y dentro de veinticuatro horas habréis de ver los efectos favorables que todos deseamos. Cádiz, 30 de Mayo de 1808. Morla”.

 Como primera y fundamental medida el general Apodaca, que dominaba el idioma inglés, fue comisionado para sellar la paz con el almirante Collingwood, que era quien tras el fallecimiento de Nelson, había asumido el mando de la flota inglesa, cuyos navíos seguían bloqueando toda entrada por mar a Cádiz. Una vez asegurada la alianza los ingleses facilitaron al general Morla 400 kilos de pólvora, imprescindibles para el éxito de la acción a emprender contra los buques franceses. El mando de la acción lo asumió el jefe del arsenal de La Carraca, teniente general José Joaquín Moreno, en unión del gobernador de Cádiz y Capitán General de Andalucía, Don Tomás de Moda, así como el jefe de la escuadra española, general Ruiz de Apodaca y del comandante del cuerpo de brigadas del departamento de Cádiz, Diego de Alvear y Ponce de León.

Este mando combinado acordó la inmediata puesta en marcha del plan, que consistía en:

·      Separar las dos escuadras que se encontraban puestas en
formación de alternancia.
·      Impedirles la salida de la Bahía de Cádiz.
·  Obstaculizar la navegación hacia el caño de La Carraca.
·      Movilizar todas las fuerzas navales disponibles.

Ante este preparativo, el almirante Rosilly decide dirigir sus barcos hacia La Poza de Santa Isabel, situada en el canal navegable que da acceso al arsenal de La Carraca. Esa decisión pudo tomada ya que por los trabajos de hidrografía realizados mientras estuvo bloqueado en la Bahía de Cádiz conocía perfectamente donde existía calado suficiente para sus naves. Con este movimiento Rosilly estaba en situación de amenazar con sus cañones el arsenal.

Los españoles, por su parte, establecieron un círculo de fuego en cuyo centro se hallaban los franceses.

Pero la amenaza francesa sobre el arsenal de La Carraca era también muy preocupante. Para cortarle el paso a Rosilly era necesario el cerramiento del arsenal de La Carraca, por lo que se procedió a hundir en él al buque Miño y al mismo tiempo, los ingenieros de marina, al mando del general Rafael Clavijo, efectuaron las operaciones de cerrar el paso en las proximidades de la Punta de La Clica. También se adoptó la medida de precaución de cerrar el saco interno de La Bahía y, para ello, se dispuso extender una cadena flotante, desde el Fuerte de San Luis, en dirección suroeste.

Rosilly estaba totalmente cercado.

Se inició el ataque español, por mar, por medio de lanchas cañoneras y por tierra, por bombarderas del arsenal de La Carraca y del apostadero de Cádiz. No se quería hundir a los navíos franceses pues eran una apetecible captura para las fuerzas vencedoras. Los franceses rechazaron su rendición; la batalla se generalizó. E 10 de Junio, a las dos y media, el almirante español pidió parlamentar. Se adoptó el acuerdo de alto el fuego.

Rosilly esperaba con estos aplazamientos dar tiempo a que las tropas francesas acudieran en su auxilio. Pero al fin, convencido de que estas no iban a llegar capituló ante el poderío enemigo.

Se firmó la paz en la batalla de la Poza de Santa Isabel, en el año 1808.

Por el bando francés hubo 12 muertos y 51 heridos y por el bando español 5 muertos y 50 heridos.

La derrota francesa supuso para España la captura de los 452 cañones que portaban entre los cinco navíos de línea y la fragata, también capturados, así como 1651 quintales de pólvora, 1429 fusiles, 1069 bayonetas, 80 esmeriles, 50 carabinas, 505 pistolas, 1696 sables, 452 chuzos, 101568 balas de fusil y víveres para cuatro meses.

Así terminó la batalla de la Poza de Santa Isabel, pero no el calvario de los 3776 franceses prisioneros de guerra: Unos deportados a Inglaterra, otros a las Baleares, y un número más reducido a Tenerife. Entre estos últimos se hallaba el guardiamarina Michel Maffiotte Milliere, gracias al cual poseemos el relato, de primera mano, de quien vivió y sufrió en sus propias carnes todo lo sucedido desde el comienzo de la Batalla de Trafalgar, hasta su final en la batalla de la Poza de Santa Isabel.

De todo lo ocurrido después de ésta, el propio Maffiotte prefiere nunca volver a hablar.

La vida de Michel Maffiotte cierra una etapa en la batalla de la Poza de Santa Isabel… y no vuelve a abrirla hasta su llegada a Tenerife, donde encontró trabajo, amistad y el amor de una tinerfeña con la que tuvo cinco hijos, dándole su hijo Pedro 16 nietos.

Alguien ha dicho, no recuerdo ahora su nombre, que el español siempre presume de saberlo todo, y cuando se enfrenta con algo que no sabe sale del paso diciendo: de esto hablaremos más adelante.

Aunque mi tatarabuelo, Miche1 Maffiotte Milliere, nació en Francia, en Tenerife pasó la mayor parte de su vida, españolizó su nombre: Miguel Maffiotte Miller. Su descendencia ha sido desde entonces ya española y todos veneramos su memoria.

Para los amantes de las batallas en el mar debe ser muy interesante conocer las estrategias seguidas por unos y por otros; pero de esto hablaremos más adelante.


BIBLIOGRAFIA
·  Fray Celso García: “Don Juan de Austria”. Editorial Araluce. Barcelona, 1941.
·  Miguel del Rey: Trafa1gar la batalla decisisva Revista Ristre (abril-Mayo 2002).
·  Historia del Mundo en la Edad Moderna: Napo1eón (Tomo XV).
·  César Rodríguez Maffiotte: Papeles de Michel Maffiotte Milliere (Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife).
·  El Reinado de Carlos IV (el estado bajo la influencia de Godoy) Enciclopedia Labor.
·  Lourdes Márquez Carmona: Recuerdos de un timonel (Miguel Maffiotte Miller). http://revistas.uca.es/index.php/trocadero/article/view/565
·  José Luís Corral: “Trafalgar”. Editorial Edhasa. Barcelona, 2001.
·  Arturo Pérez-Reverte: “Cabo Trafalgar”. Editorial Alfaguara. Madrid, 2004.
·  Víctor San Juan: “Memorias de Trafalgar”. Ed. Noray. Barcelona, 2005.
·  Palacios Bañuelos/et al: “Trafalgar, la derrota gloriosa”. 2006.

·  Benito Pérez Galdós: “Trafalgar”. Episodios Nacionales. Tomo I. Editorial Aguilar. Barcelona, 1963.

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